miércoles, 2 de marzo de 2011

La Semana Trágica de Barcelona

La Semana Trágica de Barcelona

Una de las categorías del conocimiento, del histórico también, son esos hechos de cuya existencia todo el mundo sabe, aunque pocos sabrían decir exactamente en qué consistieron. Entre estos casos se encuentra, creo yo, la Semana Trágica de Barcelona. Mi experiencia me dice que casi todo el mundo ha oído hablar de ella, pero apenas sabe el par de cosas que de ella se decían en su libro de Historia del bachillerato. La Semana Trágica fue de gran importancia para la Historia de España, y es por ello que merece la pena repasarla un poco, aunque sea por encima.
Esto fue, pues, muy telegráficamente, lo que pasó.
En el año 1909, pues tal fue el que albergó esta algarada, la Restauración cuenta con más de treinta años ya de existencia. Es cierto que el rey que reina ya no es el mismo, pues Alfonso XII ya está muerto y ha sido sucedido por su hijo, Alfonso XIII, aún joven. Pero permanece el sistema puesto en marcha por Cánovas del Castillo, muy de corte anglosajón, basado en el turno pacífico de dos grandes partidos, el conservador y el liberal. Los dos arquitectos del bipartidismo civilizado, Cánovas y Sagasta, han muerto ya. Al frente del liberalismo se encuentra un político provecto, Segismundo Moret, quien siente ya en su nuca el aliento de otro político liberal entonces joven que aprovechará, en los próximos años, su gran cercanía con el rey para urdir mil maniobras; se trata de Álvaro de Figueroa, conde de Romanones.

En el campo conservador, a la herencia de Cánovas y de Francisco Silvela se ha seguido la de un político originariamente liberal: Antonio Maura. Maura manda en el partido conservador y el partido conservador es el que gobierna. La segunda gran pieza de ese gobierno, tras su cabeza, es el ministro que hoy denominaríamos del Interi
or, Juan de la Cierva. De la Cierva es un hombre de ideas claramente conservadoras y muy amigo del orden; es, un poco, el Fraga Iribarne de su tiempo.

Hasta 1909, y aunque ha habido algunos episodios chuscos (algún día escribiremos sobre el debate de investidura más corto de la Historia y de la inacabable moral del marqués de la Vega de Armijo), el turno entre los dos partidos más o menos se ha respetado. Pero se romperá en 1909. Y será a causa de la Semana Trágica.

España es un país hasta cierto punto agostado. Hay síntomas muy preocupantes. Por ejemplo, los ejércitos modernos, como el inglés, el francés o el alemán, registran entonces una tasa de un oficial por cada 20 soldados, más o menos; en el español hay un oficial por cada 5 o 6 soldados. El país tiene una caterva de 60.000 funcionarios, un montón, de los cuales la mitad son… sacerdotes, pues España es un país católico y confesional en el que quienes dicen misa cobran por ello, como cobra quien extiende los certificados de penales. La nómina púb
lica tiene a un maestro o catedrático por cada seis curas. Se hace un padrón en Madrid, del que resulta una población de 595.586 personas.

España sestea. Hasta el 9 de julio, cuando estalla la guerra.

Ese día, un grupo de marroquíes ataca y mata a unos obreros de las obras del ferrocarril de Melilla. El comandante de las tropas de Melilla contesta atacando a los moros hasta hacerlos retroceder, no sin antes sufrir la muerte de un oficial y de varios soldados. Esta acción provocará el inicio de la guerra de Marruecos, cuyo clímax, el desastre de Annual, provocará, dentro de 14 años, el golpe de Estado del general Primo de Rivera.

La guerra de Marruecos, como problema social, no es, como podría serlo hoy, un problema entre pacifistas y belicistas. Lo que emponzoñará la vida de España desde aquel día hasta el final de las hostilidades es la intrínseca discrimin
ación existente en la recluta de soldados.

Unos ochenta años antes de los hechos que relatamos, un personaje bastante conocido de la Historia de España, Juan Álvarez Mendizábal (el de la desamortización), había llegado a la presidencia del gobierno (1835) en unas condiciones harto complicadas a causa de la sangría de la primera guerra carlista. En el intento de allegar recursos para dicha guerra, Mendizábal inventó una medida transitoria que habría de durar décadas: un impuesto sobre el servicio militar. El sujeto pasivo de dicho impuesto era quienes, debiendo combatir, no lo hacían, e importaba la suma (fabulosa) de entre 1.000 a 4.000 reales, más un caballo en buen estado. En la práctica, esta medida transitoria provocó que, durante todo el siglo XIX y parte del XX, la guerra (o el servicio militar, en tiempo de paz) fuese un sangrante ejemplo de clasismo: los ricos, que podían pagar el impuesto, se quedaban en casa; y los pobres pechaban con el fusil y con la muerte. De estos tiempos son la costumbre de algunos padres de poner a sus hijos nombre de mujer (Cruz o Rosario eran n
ombres de hombre relativamente comunes) y un seguro de vida específico, el seguro de quintas, que era un producto de capitalización que los padres comenzaban a acopiar al nacimiento del hijo varón con el objetivo de que, pasados los años, el ahorro hubiese alcanzado la magnitud del impuesto, para librarle de la guerra. En el lenguaje de la época se comenzó a hablar de los cuotas, tal era el nombre que recibían los jóvenes burgueses que se libraban del servicio mediante el pago del impuesto.

El primer error del gobierno fue disponer, el mismo día 10 de julio, la movilización de la Brig
ada Mixta de Cataluña.

De todas las regiones de España, Cataluña era la más indicada para la movilización (tenía muchas tropas, un puerto grande y barcos en él), pero la menos, al mismo tiempo. La guerra era cosa de pobres y si había un lugar en el que los pobres estaban organizados y tenían conciencia de clase, ése era la industriosa y relativamente próspera Cataluña (relativamente próspera porque en 1909 vivía una situación de paro endémico, causado por el bajo precio internacional de los productos textiles, que también le echó gasolina a la hoguera). Para colmo, el coordinador de toda la historia bélica había de ser el ministro de la Guerra, el general Linares, quien antes de ser ministro había sido… capitán general de Cataluña. Tiró de donde sabía que había.

El 14 de julio, embarcó
hacia Melilla el Batallón de Cazadores de Barcelona, al que siguieron los batallones de Mérida, de Alba de Tormes, de Alfonso XII y de Cazadores de Estella. El día 18 embarcó, por su parte, el Batallón de Cazadores de Reus, compuesto íntegramente por soldados catalanes. Se armó la de Dios.

Era domingo (otra torpeza gubernamental). En un muelle tomado por la policía, las esposas de los soldados, pues muchos estaban casados, lloraban a gritos. Desde la popa del barco, los mismos soldados que iban movilizados gritaban mueras a la policía, a Maura, a Romanones y a la guerra, siendo aclamados por el público en los muelles. Los obreros, desde los muelles, gritan: «¡Tirad los fusiles! ¡Que vayan los cuotas! ¡Que vayan los hijos de Comillas y Güell! (alusión a dos de los principales accionistas del ferrocarril de Melilla)». Ya el día 14, en el primer embarque, unas damas católicas habían llevado medallas de santos a los Cazadores de Barcelona y éstos las habían tirado al mar, desdeñosamente. En los mitines que inmediatamente celebraron socialistas y anarquistas en toda Cataluña, los discursos se ven acompañados po
r los gritos desgarradores de las mujeres.

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